Talidomida

Talidomida es un ejemplo particularmente escalofriante de un nuevo tratamiento que hizo más daño que beneficio. [1]

Este somnífero se introdujo a finales de los años cincuenta como una opción aparentemente más segura que los barbitúricos que se prescribían comúnmente en esa época; a diferencia de estos, las sobredosis de talidomida no provocaban coma. La talidomida se recomendó sobre todo a las embarazadas, a quienes también se administraba para las náuseas matutinas.

A principio de los años sesenta, los obstetras empezaron a observar un aumento muy marcado en los casos de recién nacidos con graves malformaciones en brazos y piernas. Esta alteración, antes muy rara, producía un acortamiento tal de las manos y los pies que estos parecían brotar directamente del tronco. Algunos médicos de Alemania y Australia relacionaron estas malformaciones en recién nacidos con el hecho de que las madres habían tomado talidomida al principio del embarazo. [2]

A finales de 1961, el fabricante retiró la talidomida del mercado. Muchos años después, tras una serie de campañas públicas y demandas judiciales, las víctimas empezaron a recibir indemnizaciones. El número de víctimas con estas terribles anomalías fue inmenso: en los casi 46 países donde se prescribió la talidomida (en algunos de los cuales hasta se vendía sin receta médica), hubo miles de bebés afectados.

La tragedia de la talidomida conmocionó por igual a los médicos, la industria farmacéutica y los pacientes, y dio pie a una transformación radical del proceso de desarrollo y aprobación de medicamentos en todo el mundo. [3]