Transplante de médula ósea

Sin embargo, el ocaso de la cirugía mutiladora no significó el fin de la mentalidad de «cuanto más, mejor», al contrario. Durante los últimos dos decenios del siglo XX, se introdujo un método terapéutico nuevo que incluía quimioterapia en dosis altas seguida de un trasplante de médula ósea, el llamado «rescate con células madre». Un informe aparecido en el New York Times en 1999 resumió el razonamiento que fundamentaba este método:

‘Los médicos extraen cierta cantidad de médula ósea o glóbulos rojos de la paciente; después, le administran cantidades enormes de medicamentos tóxicos, cantidades que destruyen la médula ósea. Se espera que estas dosis altas eliminen el cáncer y que la médula ósea extraída, cuando se vuelva a introducir en el cuerpo, se reproduzca con suficiente rapidez para que la paciente no muera por infecciones. Una versión de este procedimiento, con médula ósea de donadores, ha demostrado desde hace mucho tiempo ser eficaz para el cáncer de la sangre, pero únicamente porque el cáncer estaba en la médula ósea que se reemplazaba. El uso de este tratamiento para el cáncer de mama implicaba un razonamiento completamente diferente que aún no se ha probado.’ [9]

En los Estados Unidos especialmente, miles de mujeres desesperadas presionaron a médicos y hospitales para que les administraran este desagradable tratamiento, aun cuando cinco de cada 100 pacientes morían por su causa. Se gastaron muchos miles de dólares, parte de ellos salidos del bolsillo de las propias pacientes. Con el tiempo, algunas pacientes lograron el reembolso por parte de las empresas aseguradoras, que cedieron a la presión para hacerlo, a pesar de la falta de evidencia científica de la utilidad del tratamiento.

Muchos hospitales y clínicas se volvieron ricos gracias a ello. En 1998, una corporación de hospitales obtuvo ganancias por 128 millones de dólares, en gran medida provenientes de sus centros oncológicos que hacían trasplantes de médula ósea. Para los médicos estadounidenses, fue una lucrativa fuente de ingresos y motivo de prestigio, y les brindó un campo fértil para las publicaciones. La demanda insistente de las pacientes le dio un gran impulso al mercado.

Hubo una intensa competencia entre los hospitales privados de los Estados Unidos para proporcionar estos tratamientos, y llegaban a ofrecer rebajas en los precios. En los años noventa, incluso los centros médicos académicos de los Estados Unidos que trataban de reclutar a pacientes para ensayos clínicos ofrecían ese tratamiento. Estos cuestionables programas se habían convertido en una mina de oro para los servicios oncológicos.

El acceso ilimitado a tales tratamientos no probados tenía otra grave desventaja: no había suficientes pacientes que participaran en los ensayos que comparaban estos tratamientos con los convencionales. Como resultado, obtener respuestas fiables llevó mucho más tiempo del previsto.

A pesar de las dificultades para obtener evidencia científica imparcial ante tales presiones, se llevaron a cabo algunos ensayos clínicos y se revisaron con ojo crítico algunos otros datos de investigación. Y, en 2004, una revisión sistemática de los resultados acumulados de la quimioterapia convencional en comparación con la quimioterapia en dosis altas seguida de un trasplante de médula ósea, como tratamiento general para el cáncer de mama, no aportó pruebas convincentes de que fuera útil. [10, 11]