Es nuevo, ¿pero es mejor?

Puntos clave

  • Es necesario probar los nuevos tratamientos, porque las probabilidades de que sean peores son iguales a las de que sean mejores que los tratamientos existentes
  • Los estudios sesgados o tendenciosos (parciales) pueden ocasionar el sufrimiento y la muerte de los pacientes
  • El hecho de que un tratamiento haya sido autorizado no garantiza que sea seguro
  • Los efectos colaterales de los tratamientos a menudo aparecen después de un tiempo
  • Frecuentemente se exageran los efectos beneficiosos de los tratamientos mientras que se les resta importancia a los efectos perjudiciales
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Introducción: ¿Por qué son necesarias las pruebas imparciales de los tratamientos?

Sin una evaluación justa e imparcial, es decir, no sesgada, es posible que se prescriban tratamientos que son inútiles o incluso perjudiciales porque se piensa que son útiles o, por el contrario, que se desechen tratamientos útiles porque se cree que son inútiles. Las pruebas imparciales deben aplicarse a todos los tratamientos, sin tener en cuenta el origen ni su clasificación como convencionales, complementarios o alternativos. Las teorías no verificadas sobre los efectos de los tratamientos, por convincentes que parezcan, simplemente no bastan. Algunas teorías han predicho que ciertos tratamientos funcionarían, pero las pruebas imparciales revelaron lo contrario; otras teorías predijeron con seguridad que un tratamiento no serviría cuando, de hecho, las pruebas indicaron que sí.

Aunque hay una tendencia natural a pensar que «nuevo» significa «mejor» —como sucede en la publicidad de detergentes para lavadoras— cuando se llevan a cabo pruebas imparciales para evaluar nuevos tratamientos, es tan probable que se demuestre que son peores como que se demuestre que son mejores que los existentes. Hay una tendencia igualmente natural a pensar que, debido a que algo ha existido durante mucho tiempo, debería de ser inocuo y eficaz. Pero la atención sanitaria está plagada de tratamientos que se basan en el hábito o en creencias muy arraigadas, en lugar de estar basados en datos científicos: tratamientos que en muchos casos no hacen ningún bien y que a veces ocasionan un daño considerable.

No hay nada nuevo con respecto a la necesidad de disponer de pruebas imparciales: en el siglo XVIII, James Lind usó una prueba imparcial para comparar seis de los remedios que se usaban entonces para tratar el escorbuto, una enfermedad que acababa con un gran número de marineros durante los viajes largos. Demostró así que las naranjas y los limones, que ahora se sabe que contienen vitamina C, eran una cura muy eficaz.

En 1747, cuando prestaba servicio como cirujano de a bordo en el buque de guerra HMS Salisbury, James Lind reunió a 12 de sus pacientes con escorbuto y que estaban en estadios similares de la enfermedad, los alojó en la misma parte del barco y se aseguró de que todos recibieran la misma alimentación. Esto fue fundamental; estaba creando condiciones similares para todos. Enseguida, Lind les asignó a los marinos, de dos en dos, uno de los seis tratamientos para el escorbuto que estaban en boga: sidra, ácido sulfúrico, vinagre, agua de mar, nuez moscada o dos naranjas y un limón. Las frutas fueron las ganadoras, sin lugar a dudas. Más adelante, el Almirantazgo ordenó que se abastecieran todos los buques con jugo de limón con lo cual, a finales del siglo XVIII, la temible enfermedad había desaparecido de la Armada Real.

Entre los tratamientos que Lind comparó, el Real Colegio de Médicos recomendaba el ácido sulfúrico, mientras que el Almirantazgo se inclinaba por el vinagre. La prueba imparcial de Lind demostró que ambas autoridades estaban equivocadas. Es sorprendente la frecuencia con la que las autoridades influyentes se equivocan. El hecho de confiar demasiado en opiniones, costumbres o precedentes en lugar de apoyarse en los resultados de pruebas imparciales sigue causando graves problemas en la atención sanitaria.

Hoy en día, con frecuencia las incertidumbres acerca de los efectos de los tratamientos se ponen de relieve cuando los médicos y otros profesionales de la salud discrepan respecto del mejor método para tratar una enfermedad. Los pacientes y la población en general, así como los médicos, tienen un importante papel para desempeñar en el abordaje de estas incertidumbres. Es del máximo interés, tanto para los pacientes como para los profesionales de la salud, que la investigación sobre los tratamientos sea rigurosa. Así como los profesionales de la salud deben cerciorarse de que sus recomendaciones terapéuticas están basadas en datos científicos sólidos, los pacientes tienen la obligación de exigir que así sea. Solo mediante esta asociación indispensable podrá el público tener confianza en todo lo que la medicina moderna ofrece.