Prólogo por Nick Ross

Este sitio web es bueno para la salud. Arroja luz sobre los misterios de cómo se toman las decisiones de vida y muerte. Muestra cómo esos criterios generalmente tienen muchas fallas y desafía a los médicos de todo el mundo a modificar sus prácticas.

Sin embargo, esto lo consigue sin provocar miedos innecesarios, y admira con entusiasmo muchos de los logros de la medicina moderna. Sus ambiciones son, en todo momento, mejorar la práctica médica, no desacreditarla.

En los años ochenta pude obtener mi primera visión reveladora del arraigado descuido en la medicina, cuando fui invitado a participar como miembro lego de un panel de consenso formado para evaluar las mejores prácticas en el tratamiento del cáncer de mama. Quedé impactado (como tal vez lo quede el lector cuando lea más sobre este tema en el Capítulo 2 [ahora Capítulo 3]). Tomamos la evidencia científica de los más destacados investigadores y médicos, y descubrimos que algunos de los consultores más eminentes trabajaban basándose en corazonadas o en flagrantes prejuicios y que la probabilidad de que una mujer sobreviviera o quedara deformada por una operación dependía en gran medida de quién la trataba y de cuáles eran esos prejuicios. Un cirujano era partidario de la mutilación heroica, otro prefería una tumorectomía sencilla, un tercero optaba por la radioterapia agresiva, y así sucesivamente. Era como si la edad de la evaluación científica los había pasado por alto.

En realidad, muchas veces ése era el caso, y para muchos médicos aún lo es. Si bien las cosas han mejorado, muchos profesionales médicos talentosos, sinceros y competentes son sorprendentemente ignorantes acerca de lo que constituye la buena evidencia científica. Hacen lo que hacen porque se lo enseñaron en la facultad de medicina, o porque es lo que hacen otros médicos, o porque su experiencia les dice que funciona. Pero la experiencia personal, si bien es seductora, a menudo es terriblemente engañosa, tal como se muestra en este libro, con una claridad brutal.

Algunos médicos dicen que es ingenuo aplicar el rigor científico en el tratamiento de pacientes individuales. La medicina, sostienen, es tanto una ciencia como un arte. Pero, por más noble que suene la frase, es contradictoria. Por supuesto, el conocimiento médico es finito y en cualquier persona las complejidades son casi infinitas, por lo que siempre existe un elemento de incertidumbre. En la práctica, la buena medicina sistemática requiere una buena conjetura. Pero en el pasado, con demasiada frecuencia muchos profesionales médicos han desdibujado la distinción entre la conjetura y la evidencia científica contundente. A veces, incluso proclaman certeza donde en realidad existe una duda considerable. Evitan los datos fiables porque no saben exactamente cómo evaluarlos.

En este libro se explica la diferencia entre la experiencia personal y las formas más complejas, pero mejores, de distinguir lo eficaz de lo ineficaz y qué es seguro de lo que no lo es. Los autores, en la medida de lo posible, evitan los términos técnicos y usan expresiones sencillas como «pruebas imparciales». Advierten que la ciencia, al igual que todo lo que atañe al ser humano, es propensa al error y al sesgo (a través de errores, vanidad o, especialmente pernicioso en medicina, las demandas del comercio); también
nos recuerdan que, aún así, es el meticuloso método de la ciencia que ha creado casi todos los avances más notorios del conocimiento humano. Los médicos (y los hombres de los medios, como yo) deben dejar de desacreditar la investigación clínica «como ensayos en conejillos de India humanos»); por el contrario, existe un imperativo moral para que todos los profesionales médicos promuevan las pruebas imparciales ante sus pacientes y para que los pacientes participen.

Este es un libro importante para todos aquellos interesados en su propia salud o en la de su familia, o en la política de la salud. En general, se los ve a los pacientes como los receptores de la atención sanitaria, más que como participantes. La tarea que tenemos por delante es tanto para nosotros, los legos en cuyo nombre se practica la medicina y de cuyos bolsillos sale la remuneración de los profesionales de la salud, como para los médicos y los investigadores de este campo. Si somos consumidores pasivos de la medicina, nunca elevaremos los estándares. Si preferimos las respuestas simplistas, obtendremos una seudociencia. Si no fomentamos la prueba rigurosa de los tratamientos, obtendremos tratamientos inútiles y, en algunos casos, peligrosos, junto con aquello que realmente funciona.

Este libro contiene un manifiesto para mejorar las cosas, y los pacientes son el eje central. También es un libro importante para médicos, estudiantes de medicina e investigadores, quienes se beneficiarían con sus enseñanzas. En un mundo ideal, sería obligatoria la lectura para todos los periodistas y estaría disponible para todos los pacientes, porque si los médicos son incompetentes a la hora de sopesar la evidencia científica, en general nosotros, cuya propia mortalidad depende de esto, somos peores.

Le doy mi palabra: si este asunto de probar los tratamientos es nuevo para usted, luego de haber leído el libro, ya no volverá a sentir igual respecto al consejo de su médico.

Nick Ross
Presentador de radio y televisión, y periodista
16 de noviembre de 2005