¿Un estudio llega alguna vez a ser suficiente?

La respuesta sencilla es «casi nunca». Muy rara vez una comparación imparcial de tratamientos produce evidencia científica suficientemente fiable como para fundamentar la elección de un tratamiento determinado.

No obstante, es una situación que se presenta en algunos casos. Entre estos estudios únicos poco frecuentes se incluyen uno que demostró que tomar una aspirina durante un ataque cardíaco reduce el riesgo de muerte prematura; [1] otro que reveló que la administración de corticoesteroides a las personas con lesión cerebral traumática aguda es mortal  (véase abajo); y un tercero que identificó la cafeína como el único fármaco conocido para prevenir la parálisis cerebral en prematuros.

Sin embargo, por lo general, un solo estudio es meramente una de varias comparaciones que tratan las mismas preguntas o preguntas similares. Por eso, se debe evaluar la evidencia científica de estudios individuales junto con la de otros estudios similares.

Uno de los pioneros de las pruebas imparciales de los tratamientos, el estadístico británico Austin Bradford Hill, señalaba en los años sesenta que los informes de una investigación deben responder cuatro preguntas:

  • ¿Por qué empezaron?
  • ¿Qué hicieron?
  • ¿Qué descubrieron?
  • ¿Y qué significa a fin de cuentas?

Estas preguntas clave tienen la misma relevancia en la actualidad. No obstante, en muchos casos se las aborda de manera inadecuada o se las pasa por alto completamente. La respuesta a la última pregunta (¿qué significa?) es de especial importancia ya que es probable que influya en las decisiones que se toman respecto al tratamiento y a las investigaciones futuras.

Tomemos el ejemplo de un tratamiento corto y económico de corticoesteroides administrados a las mujeres en las que se preveía un parto prematuro. La primera prueba imparcial de este tratamiento, que se publicó en 1972, mostró una menor probabilidad de que los bebés murieran después de que las madres hubieran recibido un corticoesteroide. Diez años después ya se habían realizado más ensayos, pero eran de pequeña escala y los resultados de cada uno eran confusos, porque ninguno de ellos había examinado de forma sistemática los estudios anteriores similares. De haberlo hecho, habría salido a la luz que estaba surgiendo evidencia científica muy sólida en favor del efecto beneficioso de los fármacos. De hecho, dado que esto no se hizo hasta 1989, la mayoría de los obstetras, parteras, pediatras y enfermeras neonatales mientras tanto no se habían enterado de que el tratamiento era tan eficaz. Como consecuencia, decenas de miles de bebés prematuros sufrieron y murieron innecesariamente.[2]

Para responder «qué significa» lo que se descubrió, la evidencia científica derivada de una comparación imparcial de tratamientos debe interpretarse junto con la evidencia científica de las demás comparaciones imparciales similares. La difusión de los resultados de nuevas pruebas sin que se los interprete según la evidencia científica pertinente, revisados sistemáticamente, puede retrasar el descubrimiento de tratamientos tanto útiles como perjudiciales e impulsar la realización de investigaciones innecesarias.