Entonces, ¿cómo se logra una mejor atención sanitaria?
Puntos clave
- El “mejor” tratamiento depende de tu situación y tus necesidades
- Tu doctor debe entender todo esto, no sólo tu diagnóstico
- A veces, el mejor tratamiento podría ser la observación, “esperemos y veremos”
- Entender un poco de estadística es bueno para protegerse contra tratamientos mal dirigidos o exagerados
Introducción
En los capítulos anteriores, se ofrecieron muchos ejemplos para ilustrar por qué los tratamientos pueden —y deben— estar basados en investigaciones sólidas diseñadas para abordar las preguntas que son importantes para los pacientes. Los efectos de los tratamientos tocan las vidas de todos de una forma u otra, seamos miembros de la sociedad en general, pacientes o profesionales de la salud. La evidencia científica contundente obtenida de las pruebas imparciales de los tratamientos son verdaderamente importantes.
En este capítulo, analizamos de qué manera la evidencia científica puede configurar la práctica de la atención sanitaria de modo que las decisiones acerca del tratamiento de cada persona puedan tomarse luego de un trabajo en equipo entre médicos y pacientes.
Las decisiones acertadas deben fundamentarse en evidencia científica acertada, la que nos señalará las diferentes opciones de tratamiento. Sin embargo, el significado y el valor de estas consecuencias serán diferentes para cada persona. Por eso, aunque se use la misma evidencia científica, pueden variar las decisiones a las que se llegue.
Por ejemplo, un dedo con capacidad funcional completa puede significar mucho más para un músico profesional, un buen sentido del olfato para un chef y una buena vista para un fotógrafo que lo que significarían para otras personas. Por lo tanto, es posible que estén preparados a esforzarse más o a correr mayores riesgos para lograr el resultado que es importante para ellos.
La interrelación entre la evidencia científica y las decisiones es compleja; por eso, en gran parte de este capítulo se tratarán algunas preguntas frecuentes sobre esta cuestión. Sin embargo, antes de eso, se analiza más a fondo la «toma de decisiones compartida» y se explica cómo podría llevarse a cabo en la práctica. Compartir el proceso de decisión de esta manera nos conduce a un punto medio entre el paternalismo profesional y el dejar que los pacientes decidan por sí solos. Es común que los pacientes se quejen de la falta de información, aunque es bastante lógico, tienen diferentes expectativas de la responsabilidad que quieren aceptar. [1, 2]
Algunos pacientes prefieren no recibir información pormenorizada acerca de su enfermedad y las opciones de tratamiento y desearían dejar las cosas totalmente en manos de los profesionales que los atienden, aunque muchos están deseosos de saber más. Quienes deseen más información deberían poder acceder fácilmente a material bien escrito y a profesionales de la salud idóneos que los asesoren sobre cómo y dónde pueden consultarlo en el formato más adecuado para ellos.
Lo que constituye una «consulta ideal» puede diferir enormemente de una persona a otra. Algunas personas se conforman adoptando un papel dependiente, mientras que otras prefieren el papel principal. Un papel más participativo en el proceso de tomar una decisión, con el aliento del médico, puede ser el método más gratificante y convertirse en la opción preferida una vez que el paciente experimenta cómo funciona. Una simple pregunta formulada por el paciente puede abrir el diálogo, tal como se ejemplifica más adelante. Cabe destacar que se puede motivar a los pacientes a sentirse partícipes de su atención cuando se los trata en calidad de iguales, cualquiera que sea el grado de participación.