Localización de toda la evidencia científica pertinente para las revisiones sistemáticas
La localización de toda la evidencia científica pertinente para las revisiones sistemáticas, independientemente del idioma o del formato de los informes relevantes, siempre es una tarea de gran complejidad, sobre todo porque no se reveló la evidencia científica pertinente.
La difusión incompleta deriva principalmente del hecho de que los investigadores no escriben o no envían a publicar los informes de sus investigaciones porque están decepcionados con los resultados. Y las compañías farmacéuticas ocultan los estudios que no favorecen a sus productos. También las revistas científicas tienden a mostrar parcialidad cuando rechazan informes recibidos porque consideran que sus resultados son poco «alentadores». [3]
La difusión incompleta de las investigaciones de forma tendenciosa es anticientífica y poco ética, y actualmente muchos la consideran un problema grave. En especial, las personas que tratan de decidir qué tratamiento deben utilizar pueden llegar a conclusiones erróneas porque los estudios que presentaron resultados «desalentadores» o «negativos» tienen menos probabilidades de ser publicados que otros, mientras que los estudios con resultados alentadores tienen más probabilidades que otros de que se los difunda en exceso.
El grado de difusión incompleta es asombroso: al menos en la mitad de todos los ensayos clínicos nunca se comunican todos los resultados. Esta difusión incompleta de las investigaciones es tendenciosa y se presenta tanto en ensayos clínicos de gran magnitud como en los de pequeña magnitud. Una de las medidas que se tomó para resolver este problema fue establecer disposiciones para registrar los ensayos desde el inicio y alentar a los investigadores a publicar los protocolos de sus estudios. [3]
La difusión incompleta y tendenciosa de la investigación puede ser mortal. Unos investigadores británicos, con gran mérito, decidieron informar en 1993 los resultados de un ensayo clínico que se había realizado 13 años antes. Se trataba de un fármaco nuevo para disminuir las alteraciones del ritmo cardíaco en pacientes con ataques cardíacos. Nueve pacientes habían muerto después de tomar el fármaco, mientras que solo uno había muerto en el grupo de comparación.
Escribieron: «Cuando realizamos nuestro estudio en 1980, pensamos que la tasa de mortalidad más elevada en el grupo del fármaco se debía a la intervención del azar. […] El desarrollo del fármaco (lorcainida) se abandonó por motivos comerciales y, por lo tanto, este estudio nunca se publicó. Ahora es un buen ejemplo de “sesgo de publicación”. Los resultados que se describen aquí […] podrían haber brindado una advertencia temprana del problema que se avecinaba». [4]
El problema al que se referían era que, en el apogeo de su uso, los fármacos similares al que ellos habían probado estaban causando decenas de miles de muertes por año solamente en los Estados Unidos. [5]